Hace unos cuantos días tuve una conversación con mi amigo Luca sobre el dolor y la capacidad que tenemos para dejar que este se albergue en nuestro ser.
Yo soy una persona que almacena dolor en cajas.
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Las cajas que lo albergan son como las que se usan en cualquier mudanza, míticas de cartón y donde sueles escribir por fuera lo que contienen, para cuando te mudes no hacerte un lío con las cosas que van en la cocina y las del baño.
En mi caso, para nombrarlas suelo hacerlo con un rotulador negro profundo o si hablamos de escribir detalles, un 0.5 black de Muji. A veces también le añado el “cuidado, frágil” “Material sensible” o “No abrir”.
Dicen que las mudanzas son de las situaciones más estresantes y traumáticas de la vida equiparables a un incendio que destroza tu hogar.
El guardar las cosas en cajas lo aprendí de mi primera ruptura, no sabía donde meter todo lo que tenía físico y no, y eso que era una prácticamente adolescente. Esta caja era de metal.
Guardé todos los recuerdos de cinco años en mi trastero mientras preguntaba a mi madre entre lágrimas una respuesta a lo sucedido, también guardé el dolor que tuve en ese momento, supongo que para nunca más abrirlo. o eso pensaba.
Me di cuenta de este modus operandi cuando desempolvé alguno de mis pesares en terapia. Se trataba de abrir cajas, algunas eran fáciles, marcaditas, casi abiertas y prácticamente vacías, pero otras no venían con indicaciones de lo que contenían, quizás por ello el dolor era más agudo y punzante.
Nadie y menos aún yo misma, me había obligado a detallar con un rotu permanente el contenido de aquellos adentros.
También me di cuenta que además de las cajas propias se habían quedado en mí cajas con otras direcciones, otros nombres y formas que no reconocía, o que me sonaban sin corresponderme, eran dolores ajenos.
Estas no me pertenecían obviamente pero, ya sabéis, mi querida empatía, me había hecho tener a resguardo el dolor de otros para que estos no sufrieran.
Tristemente me han roto personas que a su vez estaban rotas, llenas de cajas hasta arriba, con mal sentires que probablemente nunca ordenen. Por eso dejan el dolor dónde van.
El dolor nos cambia. Y quien diga que no, no ha sufrido lo suficiente. A mi me ha cambiado-
Pensaba hace unos días que además de las cosas bonitas que tiene la vida me encantaría que me hubieran advertido del sufrimiento.
Veo como a mis personas, esas que conozco de siempre y me conozco sus lunares y como caminan, tienen surcos de tristeza por situaciones vividas y cajas sin colocar, aunque hoy sean felices y sonrían diariamente o luchen continuamente por vaciar sus trasteros.
Durante el aprendizaje que estoy teniendo sin analgésicos sobre los malestares que me han pasado en la vida, en el que estoy trabajando traumas, me he preguntado repetidamente: ¿Seguiré siendo yo cuando deje de sentir ese dolor por algunas situaciones?
Y tras llenarme las manos de polvo y heridas al abrir estas cajas puedo decirte que tus vivencias te pertenecen pero los dolores, penas y pesares que las arrastran no.
Tu decides cómo y cuándo negociar con el dolor para largarlo, aunque este se aferre a ti y quiera amarte por fases.
Acabas vaciando las cajas y colocando lo que debes quedarte.
No es que ya no duela, es que cuando lo recuerdas el dolor no llenará esa pared ni ese lugar,
lo hará el aprendizaje y tu gestión.
No sé como almacenáis el dolor de vuestra cabeza, alma y corazón, me encantaría saber en que tipo de cajas y como lo cerráis, si lo grapaís o lo pegaís, pero asomaros a las cajas y permitid que os duela hasta que sepáis cual es su sitio.
Eso sí, no dejéis que os llene las estancias.
*Las imagenes que acompañan este escrito nombran a cajas que a su vez contienen otras, mías o no mías, algunas abiertas y otras a medio abrir. Un poco Matrioska style.
yours truly,
hasta el domingo.
Marta Kornelski🔪🩸